lunes, 8 de abril de 2019

La Fraternidad necesaria


Francesc Brunés

Colaborador habitual de Ciutat Nova y también... profesor de economía (jubilado), padre de dos hijas, gerundense de adopción de espíritu universal, defensor de causas más o menos perdidas y, cuando hace falta, conferenciante y tertuliano.

       El pasado 23 de marzo, la Asociación ‘Ciudades por la fraternidad’ promovió la celebración del ‘Día de la fraternidad’. De entrada se podría pensar que, mal va cuando es necesario dedicar un día a recordar una determinada causa. Ciertamente que reivindicar la fraternidad como categoría política, es un acierto total. Con la que está cayendo, puede parecer una ingenuidad naif o una provocación, pero estoy convencido que se trata de una verdadera necesidad.

Fui invitado por la presidenta de la Asociación, Pilar Ferrero, a participar del acto que se celebró en el moderno salón de plenos del Ayuntamiento de Castell-Platja d’Aro-s’Agaró. Todo un reto tener que hablar de una historia que comenzó muy mal. Los primeros hermanos de la historia acabaron matándose y, el agresor desentendiéndose de su hermano muerto: “¿Quizás soy yo el guardián de mi hermano?”. Una respuesta que aún hoy en día nos resulta demasiado familiar. Sea como sea, fue una gran oportunidad para hablar de la fraternidad desde la perspectiva política. Un concepto, este de la fraternidad, que tiene un origen femenino, incluso, feminista. Según Platón, quien primero utilizó la metáfora política de la fraternidad fue una mujer. Aspasia de Mileto, maestra y concubina de Pericles, que lo hizo en un sentido radicalmente democrático, consiguiendo finalmente la plena libertad de las mujeres para tomar la palabra en el ágora.
El componente más olvidado de la tríada: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Un olvido que nunca lo fue del todo. Karl Marx, hasta su muerte, se despedía en sus escritos anteponiendo a la firma la expresión “fraternalmente”. Tal como nos recordó Jordi Rodríguez durante el acto, son muchos los personajes de la historia que han mantenido viva la llama de la fraternidad: Rigoberta Menchú, Hannah Arendt, Nelson Mandela… Sin embargo, ha sido un concepto demasiado encerrado en los monasterios y sacristías y muy poco presente en la acción política. Ha sido durante estas últimas décadas cuando, viendo que el taburete de la construcción social se tambalea, pensadores y políticos han hecho resonarla palabra fraternidad en los parlamentos, partidos políticos y medios de comunicación. Vale más tarde que nunca…
Algunos sostienen que el problema de la fraternidad ha sido su falta de concreción y de claridad. Soy del parecer que su olvido responde al hecho de que es el concepto más molesto y poco manipulable de la tríada. Demasiado claro para ser asumido fácilmente por quien, a menudo, no habla demasiado claro. Se puede iniciar una guerra en nombre de la libertad, también en nombre de la igualdad, incluso en nombre de Dios, pero es difícilmente justificable llamar al conflicto bélico invocando a la fraternidad. Además, la fraternidad es el concepto más inequívocamente y radicalmente igualitario de los tres. El amor entre hermanos es fundamentalmente un amor entre iguales. La condición de hermano mayor es, en todo caso, una relación de ‘primus inter pares’. La fraternidad pues, a diferencia de la solidaridad, exige una relación horizontal, donde nadie domina a nadie y donde nadie debe ser dominado por otro para poder subsistir dignamente, tanto moral como materialmente.
No terminamos de conseguir una verdadera libertad que vemos como tiende a transformarse en una desigualdad inmoral. Tampoco acabamos demasiado bien con esto de la igualdad que, a la más mínima, se convierte en eliminación de las diversidades. Creo que sólo podremos profundizar en estos dos conceptos, si recuperamos la fraternidad como categoría que los impregna y, como decía Octavio Paz, ‘los humaniza y armoniza’. Pensando pues en cómo podría ser una acción política basada en la fraternidad, identifico seis puntos que me parecen capitales y que expongo de forma sintética a continuación:
  1. Mantener a lo largo de la actividad política la genuina vocación inspiradora de la dedicación política. Un impulso lleno de generosidad, de servicio y de estimación por la gente que nos rodea.
  2. Reconocer en los otros actores políticos, especialmente en los adversarios, este mismo origen de su dedicación a la política. Esto cambia el método y nos acerca a mantener relaciones fraternas con todas las partes, que son necesarias para buscar el bien común.
  3. Esta actitud nos lleva a una visión inclusiva de la multiplicidad de actores que intervienen en la política y a una mayor capacidad de escucha que haga posible un diálogo que debe ser verdadero y que resulta imprescindible.
  4. Situarse frente a los conflictos con una sensibilidad diferente que nos hace acercarnos a los demás y no quedarnos en la superficie del conflicto, sino llegar hasta las verdaderas causas, allí donde el acuerdo puede ser posible.
  5. El conocimiento más profundo de las posturas de los demás, nos facilita el ponernos en su lugar y dar la vuelta al paradigma. Los adversarios dejan de ser amenazas a las que es necesario vencer y se convierten en actores con los que es posible construir una sociedad mejor.
  6. La horizontalidad intrínseca a la fraternidad, llama a una verdadera participación donde se produce un empoderamiento real de los ciudadanos y ciudadanas.
Sólo desde una praxis política basada en la fraternidad, me parece posible ir más allá de la sociedad formada por individuos aislados que viven unos al lado de otros, tratando de no molestarse; para transitar hacia una comunidad de personas que se cuidan unos a otros. En definitiva, ir más lejos de la respuesta evasiva de Caín cuando se le pregunta por la suerte de su hermano Abel. Esto, sin duda, aporta un mayor bienestar donde encontraremos la verdadera libertad e igualdad, porque habremos partido de la fraternidad.